domingo, 11 de octubre de 2009

“¡Son temas marxistas!”


Cuando la Policía Bonaerense detuvo a Mercedes Sosa en La Plata.
M. Darío Marchini es el autor de No toquen. Músicos populares, gobierno y sociedad / utopía, persecución y listas negras en la Argentina 1960-1983. Uno de sus capítulos está dedicado a Mercedes Sosa. Aquí, un extracto de un incidente que sufrió la cantante con la Bonaerense, en La Plata:

“Mientras revolvía mecánicamente el café, el mandamás de la bonaerense fijaba su atención en el documento que acababan de dejarle sobre el escritorio.

“La Plata, 18 de octubre de 1978
Al Señor Jefe de Policía, Coronel Ovidio P. Riccheri:

Tengo el agrado de dirigirme a Ud. a efectos de hacerle llegar para su conocimiento y posterior informe, Memorando D.G.A. “R” Nº 2353 de la Secretaría General de la Gobernación, mediante el cual se acompaña Radiograma Nº de MSG 7782 “IClA” Nº 1037 / 78 de la Dirección General de Seguridad Interior, por el que se comunica que, bajo apariencia de festivales folklóricos artísticos con la intervención de Mercedes Sosa, Miguel Ángel Merellano y Francisco Heredia, se ha constatado la difusión de ideología marxista, como por ejemplo, el hecho ocurrido el 21 de septiembre de 1978 en la ciudad de Rosario, Provincia de Santa Fe.
Sin otro motivo, saludo a Usted con mi mayor consideración.
Dr. Jaime L. Smart Ministro de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires”

–¿Este viernes Mercedes Sosa actúa acá en La Plata, no? –preguntó Riccheri a un colaborador, descansando el cuerpo contra el respaldo de su viejo sillón. Parecía feliz.

La convocatoria fue un rotundo éxito. Únicamente hubo sillas dispuestas a manera de plateas para maximizar la capacidad del salón, la noche del 21 de octubre el Almacén San José quedó chico. Aunque la mayor parte del tradicional público estudiantil debió dejar su lugar a una concurrencia de más edad y, sobre todo, mayor poder adquisitivo.

Mercedes Sosa llegó una hora y media antes del comienzo del espectáculo. La acompañaban Fabián Matus, su hijo; Nicolás Colacho Brizuela, su guitarrista; Olga Gatti, y una amiga radicada en México, con su hijo. La comitiva se acomodó en la cocina junto a parte del equipo del lugar, alrededor del vino y la bandeja con empanadas. Uno de los aspirantes a veterinario encargados de controlar el ingreso del público se acercó al improvisado camarín, mientras Colacho comenzaba la ceremonia de afinar su nueva (flamante) guitarra artesanal, y Mercedes calentaba la garganta. Con suma discreción susurró en el oído de Cristina Dorato que un grupo de policías acababa de llegar y quería hablar con la persona responsable. Cuando llegó a la puerta, Cristina recibió el saludo respetuoso de seis hombre vestidos de civil que se identificaron como integrantes de la policía bonaerense, y afirmaron haber sido enviados “para garantizar el normal desarrollo de la velada”.
Después de dejar a los agentes en el salón, Cristina Dorato volvió a la cocina y se dirigió directamente a la cantante.

–Mercedes, la policía está en la sala: ni se te ocurra cantar alguna canción prohibida porque vamos todos en cana...

–No, no te preocupes, mirá la carpeta y vas a ver que únicamente vamos a hacer zambas y canciones tradicionales.

–Bárbaro.

Pasada la una de la madrugada, comenzó el plato fuerte del espectáculo. Con toda normalidad, la tucumana fue desarrollando un repertorio integrado por canciones como Duerme negrito, Cantor de oficio, Alfonsina y el mar, Piedra y camino, La alabanza, Como la cigarra, Canción de las simples cosas, Dale tu mano al indio, Plegaria a un labrador y Canción para mi América.

En las inmediaciones del lugar se fueron congregando varios patrulleros y celulares cargados de agentes uniformados. A medida que el show iba ganando en intensidad, los integrantes de la improvisada tribuna popular callejera fueron sumando sus gritos y expresiones de afecto a los muchos más recatados aplausos de los privilegiados plateístas del interior del local. Conmovida por la devoción de esos admiradores desfavorecidos, Mercedes Sosa abrió la ventana para que pudieran ver y escuchar mejor. Eufóricos, los de la calle comenzaron a pedirle que cantara Cuando tenga la tierra. Como haciéndose cargo de la sentencia según la cual el artista se debe a su público, la cantante les dio el gusto. Era lo que los policías estaban esperando.

Inmediatamente uno de los agentes de civil salió a paso vivo hacia la puerta. Cuando terminó la canción de Toro y Petrocelli, Mercedes Sosa y un coro espontáneo integrado por los trescientos espectadores de adentro y los más de cien de la vereda, comenzaron a entonar Canción con todos. La noche era una fiesta.

Fabián Matus estaba parado cerca de la entrada, conversando con Cristina Dorato y uno de los estudiantes. En un momento comenzó a caminar hacia el sector del escenario. Apenas alcanzó a dar unos pocos pasos, cuando a sus espaldas escuchó un alboroto. Al darse vuelta vio a Cristina y algunos muchachos tratando de contener la puerta.

El joven corrió a ayudarlos, suponiendo que se trataba de gente que intentaba ingresar sin pagar. Entonces recibió el grito de Cristina: “¡Andá al escenario y avisale a Mercedes que están los milicos!”. Con el corazón más acelerado que las piernas corrió hacia donde estaba su madre, desoyendo la voz marcial que, a su espalda, le ordenaba detenerse. Cuando llegó al borde del tablado la cantante estaba presentando El mundo prometido de Juanito Laguna.

–Mercedes, salí –le pidió tratando de mantener la calma.

–No, si todavía me falta una –le contestó su madre sorprendida.

–¡Vamos; salí te digo! –insistió el joven, ya parado en la frontera del pánico.

Entonces sí, ante la confusión del público Mercedes Sosa se levantó de su silla y abandonó el escenario y a su desconcertado guitarrista. No llegó muy lejos: ni bien bajó, un hombre vestido de azul la tomó del brazo. “¡Suélteme, que soy una mujer!”, le recriminó al uniformado, que abrió la mano y sintió que el rubor le quemaba las mejillas.

“¡Prendan las luces!”; “¡Nadie se mueva!”; “¡La carpeta, agarren la carpeta con las letras de las canciones, que son pruebas testimoniales!”, se superpusieron las atropelladas voces de mando. Cuando las luces se encendieron, los azorados espectadores descubrieron que decenas de policías (nadie se tomó el trabajo de contarlos), no todos uniformados, los apuntaban con sus armas largas. (...)

–¿Podría explicarme qué es lo que pasa? –preguntó la cantante al oficial Ronconi, quien parecía estar a cargo del operativo.

–Pasa que usted canta canciones subversivas.

–¿Canciones subversivas?; ¿y eso qué es?

–Canciones de protesta, marxistas...

–¡Pero si están todas grabadas en discos y las canto siempre en todas partes!...

–Lo que haga en otras partes no me interesa; acá esas canciones son comunistas.

–¿Y entonces por qué me dejaron cantar? Para eso hubieran prohibido directamente el espectáculo...

–¡Escuchemé: acá los que deciden cómo se hacen las cosas somos nosotros!


Minutos después, todos ellos más Cristina fueron trasladados en un celular hasta la seccional segunda. Durante el viaje, el agente que había tomado del brazo a Mercedes Sosa al pie del escenario, ensayó un pedido de disculpas. “Perdóneme señora, me ordenaron hacerlo. Usted sabe; si no lo hacía...”, susurró avergonzado en el oído de la cantante.

Cuando Mercedes Sosa y su comitiva llegaron a la comisaría, los hicieron esperar en el hall. (...) –¿Y ahora qué van a hacer con nosotros y con toda esa gente que está en el patio? –preguntó la tucumana.

–Eso es asunto nuestro, acá las preguntas las hacemos nosotros –respondió Ronconi con el mismo malhumor que lo acompañaría toda la noche.

–Usted es un maleducado.

–¡Y usted es una negra de mierda, y lo mejor que podría hacer es dejarse de cantar y de pudrirle la cabeza a la gente! ¡Y no vuelva a hablar hasta que nosotros le digamos! –ordenó el policía con la escasa sutileza que caracterizaba a la mayoría de los miembros de la fuerza de seguridad.
Minutos después apareció el comisario, quien les explicó que el procedimiento se había realizado porque durante el recital se habían interpretado canciones prohibidas (la validez del cargo era harto discutible, ya que la prohibición citada –derivada de las circulares del Comfer– alcanzaba a la difusión radial y televisiva, pero no a las actuaciones en vivo). “El juez decidirá qué va a hacer con ustedes”, dijo antes de volver a dejarlos solos.

Después comenzaron a llamarlos de a uno para tomarles declaración. A Mercedes Sosa, además, la fotografiaron y le tomaron una impresión de las huellas digitales. Cuando llegó el turno de Fabián, que por entonces era un muchacho de veinte años, el comisario le preguntó a qué se dedicaba y por qué había ido al Almacén San José. El detenido respondió que acompañaba a Mercedes porque era el hijo y porque, junto a Olga Gatti y Bibi Mazzitelli, estaba encargado de la oficina de contrataciones de la cantante, desde la muerte de su manager y pareja, Pocho Mazzitelli.

–¿Me puede mostrar el contrato de la actuación de esta noche? –preguntó el comisario.

–No lo tengo, lo dejé en Buenos Aires, en la oficina –respondió el joven, lamentándose de su olvido.

–Usted miente, ese supuesto contrato no existe: su madre estaba cantando a beneficio del Partido Comunista –afirmó el policía con pretensión de sagacidad.

–No, no, le aseguro que hay un contrato y un cachet...

–Usted no me va a engañar; esto no era un show sino un acto político, y los actos políticos están prohibidos. (...)

El juzgado de turno era el del Dr. Leopoldo Russo, quien por esos días estaba de vacaciones. Por esa razón, en un primer momento fue reemplazado por el Dr. Adamo. La casualidad quiso que un hermano de este magistrado integrara el seleccionado de jugadores veteranos de rugby de La Plata (PLAGA), donde tenía como compañero y capitán al Pájaro. Esa mañana de sábado, poco antes de la hora del partido alguien avisó que el cantante, copropietario del Almacén San José y jugador de Los Tilos, no llegaría por estar preso. Entonces el Adamo rugbier habló con su hermano juez. A las 14:00 hs., ambos Adamo aparecieron en la comisaría acompañados por un médico. El profesional les dijo a Mercedes Sosa y los demás detenidos que debía trasladarlos a una habitación, para revisarlos y hacer constar su estado de salud.

–No es necesario; no nos tocaron, en ese sentido está todo bien –lo tranquilizaron.

–¿Están seguros?, miren que después los problemas los tengo yo...


A continuación, el juez Adamo tomó declaración a los reos. Mercedes Sosa fue la última en recuperar la libertad. Cuando abandonó la comisaría junto a Fabián, Nicolás (y su guitarra), Olga, y la amiga con su hijo, ya eran más de las 18:00. Minutos más tarde, en la casa de Cristina Dorato recibió la suma convenida por la actuación. Debería usar cada billete para afrontar los gastos derivados de la causa judicial que acababa de comenzar. Los medios periodísticos recién se harían eco del episodio tres días más tarde, con breves gacetillas completamente despojadas de cualquier comentario, como si se hubiera tratado de un hecho corriente. En cierto modo, en la Argentina de ese tiempo lo era.

revista 23

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