domingo, 28 de septiembre de 2008

MACRI NO HACE NADA CONTRA EL ABUSO SEXUAL DE NIÑOS

TREMENDA NOTA APARECIO EN CLARIN HOY.
LEANLA.CLARO,SON POBRES,¿QUE EL VA A PREOCUPAR?(HIJO DE PUTA)

Un infierno de drogas y chicos abusados, a minutos del Obelisco


En Pompeya hay chicas que se prostituyen a los 11 años para comprar paco. Sus clientes suelen ser camioneros, que les dan 5 pesos. La Policía está en la mira. Y la Justicia, sin recursos, no responde.


Estamos a 40 cuadras del Obelisco, dentro de la Capital, esta ciudad soberbia que se jacta de sus turistas, de su cultura, de tantas cosas. Sólo que estamos del lado equivocado, en el más profundo sur, y alguien ha llamado al 102, el teléfono de las emergencias del Consejo de la Niñez:

-Estoy viendo a una chiquita bajando de un camión. Está llorando y se agarra la cola con la mano.
Estamos en el cruce de las avenidas Amancio Alcorta y Perito Moreno, en Pompeya. La chiquita de la que habla el vecino puede tener once, doce, trece años, pero no lo sabremos nunca porque apenas baja del camión se mete en una casilla del barrio Zabaleta o de la villa 21. Lo que hará ahí adentro ya se sabe: aprovechará los cinco pesos que le dio el camionero a cambio de un rato de sexo y comprará una bolsita de paco, con la que se alejará del mundo durante un par de horas. Hasta la próxima vez.

Esta es la realidad de la "zona Zabaleta", a seis cuadras de la cancha de Huracán, a cuarenta del Obelisco y de los turistas. Un lugar atrapado en una espiral perversa que se sumerge entre la locura del paco, la explotación sexual infantil, las sospechas sobre corrupción o inacción policial, la inoperancia de la justicia y la escasa presencia del gobierno porteño. Así lo reflejan los testimonios de los pocos actores sociales que trabajan en la zona, los de las propias víctimas y una serie de informes del Consejo de la Niñez, el organismo que debe defender los derechos de los niños en la Ciudad y que viene reclamando desde hace años la intervención del Estado en la zona. No es para menos: hasta el año pasado sólo trabajaban en el lugar dos operadores sociales del gobierno. Hoy son apenas cuatro.

Estamos en la "zona Zabaleta", un triángulo de cuatro o cinco manzanas oscuras y abandonadas. Es de noche y lo que se ve no parece posible. Son chicos deambulando bajo ropa sucia y deshecha; andan como sonámbulos con la bolsita de pegamento en la nariz o la bolsita del paco en la mano, se agrupan contra una pared o bajo un árbol o detrás de los cartones de una "ranchería" donde deberán dormir y ocultarse de las lluvias y el frío. Lo que se ve son cuerpos casi fantasmales, a simple vista es imposible adivinar su sexo o su edad. Viven o sobreviven en la calle o en alguno de los barrios marginales de la zona -la villa 21, Zabaleta- donde se agrupan unas 30 mil personas, de las cuales la mitad tiene menos de 12 años.

¿Cuántos son los chicos en situación de riesgo o ya en el pozo? En el gobierno porteño aseguraron a Clarín que está en preparación un estudio profundo sobre este tema, pero por ahora es sólo una intuición, una intuición de varios cientos de chicos, esclavos del paco y el abuso. Ellas empiezan a los once, y los pibes, aunque son menos, arrancan todavía antes, a los ocho o nueve años.
Los primeros informes oficiales que alertaron sobre la zona Zabaleta son de 2005. A partir de 2006, las quejas del Consejo de la Niñez se hicieron constantes. Hay denuncias de los operadores del gobierno porteño y de los asistentes sociales que trabajan en el lugar desde la parroquia de la zona -la Caacupé-, a través de un centro de atención a los adictos al paco. Esos informes hablan de exclusión y pobreza, de falta de futuro, pero también hablan de la policía, que debería ser aliada pero no lo es. "En vez de encargarse de la seguridad, los policías participan directa o indirectamente de la venta de mercancías ilegales y de la explotación sexual...", dice un documento de 2007, del Departamento de Investigación del Consejo de la Niñez.

La historia oral de la zona cuenta que fue a partir del 2002, con la crisis y la devaluación, cuando el paco -un residuo de la producción de cocaína- se instaló en las villas de por ahí. Con una capacidad destructiva y adictiva descomunal, el paco empezó por capturar a los muchísimos chicos que viven en la calle y que fueron siendo más y más. La zona es proclive al vagabundeo y la vida en calle, por su escaso tránsito de autos, las enormes calles solitarias, los galpones abandonados, el sur que nadie ve. Miguel Sorbello fue uno de los primeros asistentes sociales que trabajó en la zona. Hoy es coordinador de programas de la Dirección de Niñez del gobierno porteño, e impulsa una avanzada del Estado en el área (por ahora una promesa), donde ya trabajó junto a la parroquia de Caacupé. Sorbello conoce como pocos la zona y habla de un fenómeno, el de "los chicos en pasillo", que no viven ni en la calle ni en las casitas, sino que se pasan el día en los caminitos de la villa, consumiendo el paco que les venden los "transas" a un peso y medio, esperando que se pase el efecto para salir a buscar más.

En el "buscar más" es cuando entra el mundo exterior, el de los abusadores a los que la zona Zabaleta ha bautizado como "los pitoduro". Las chicas se empiezan a prostituir a los once o doce años. Desesperadas por paco, van a la avenida Amancio Alcorta y encuentran a algún camionero que las levanta, se las lleva a dar una vuelta y les da cinco o, con suerte, diez pesos. Todo a la vista de la policía y a espaldas de la justicia (Ver Yo con mi auto...). "Los varoncitos empiezan antes, a los ocho años, pero tienen otro circuito, los agarran los cirujas", cuenta Sorbello.
Clarín estuvo recorriendo la zona Zabaleta durante cinco noches seguidas y en todas había chiquitas ofreciéndose sobre la avenida Amancio Alcorta, como muestran las imágenes publicadas hoy. En muchos casos se hace difícil adivinar la edad, porque sus cuerpos están a veces atiborrados de paco: adelgazan hasta los huesos, la piel se les quema, van perdiendo formas, finalmente su identidad.

En la Defensoría de Pompeya, durante 2007 atendieron a 13 chicos explotados sexualmente en la zona Zabaleta. Poco en relación a la realidad, aunque mucho más que en cualquier otro punto de la Ciudad. El poco nivel de demanda es hijo de la vieja legislación sobre la niñez, que hasta 1999 (pero en la práctica hasta el 2006) suponía que un chico en condiciones de abandono o víctima de abusos acababa casi siempre "preso" en un instituto de menores. Eso está cambiando y hoy las defensorías de los niños intentan, en lo posible y todavía con muchos defectos, reubicar a los chicos víctimas en otras casas o con otros familiares. Aunque no siempre ocurre. En 2006, los operadores de la ciudad llevaron hasta la Fiscalía de Pompeya el caso de una chica fotografiada mientras era abusada por un camionero. El resultado de ese caso marcó a todos los chicos del lugar: ella pasó seis meses en un instituto de menores y el camionero pasó apenas tres días en la comisaría 32 y luego fue liberado por falta de pruebas.

La prueba, la famosa prueba. Eso piden los fiscales y eso no pueden ofrecerles los operadores ni las víctimas. La única alternativa sería atrapar "in fraganti" a los "pitoduros", pero para eso hace falta la policía. Guillermo Illanes, operador del Consejo de la Niñez, sabe que eso es demasiado difícil: "La policía se hace la boluda e interviene poco o nada". En el barrio se habla de que cobran un peaje a los camioneros para no molestarlos o que no hacen nada porque saben que la prostitución es un eslabón más de la cadena del paco. Hasta el fiscal de Pompeya admite haber hallado policías vinculados al comercio de drogas. Sorbello agrega otro elemento para explicar la inacción: "Yo vi a policías de la Brigada subiendo pibas a un auto". Estamos en zona Zabaleta y lo que vemos, ahora, es a una de las chicas de la noche. "Yo tengo 20. Pero acá empiezan bien de pibitas", cuenta ella, con sus calzas gastadas, el gorrito visera y un presupuesto que habla de la miseria: cinco pesos para una "felatio" y veinte con coito incluido, "la completa". En cinco noches en la zona, Clarín sólo vio a un patrullero el jueves por la noche. Era de la comisaría 32, donde atendieron con amable indiferencia a Clarín, sólo para decir que se cumple con "la función de desalentar" la prostitución y desmentir la participación policial. "Es un problema social", se excusan en la comisaría.

Y lo es, claro, aunque no solamente. La titular del Consejo de la Niñez, Jessica Malegarie, también reclama la acción policial y la judicial, y muestra preocupación, sobre todo, por lo que llama "la naturalización" del "circuito perverso" del que son víctimas los chicos y chicas de la zona Zabaleta. Esa naturalización sólo puede explicarse en las calles casi siempre vacías, avenidas transitadas apenas por camiones, el famoso sur vacío. Es inimaginable este universo en el centro o norte de la ciudad. "Hay que acompañar a los chicos, ayudarlos a revalorar sus cuerpos, a que recuperen su identidad. Y para eso necesitamos más gente en el lugar", se queja Gillermo Illanes. Desde el gobierno hay promesas. Sorbello ha pedido presupuesto para el año que viene poder lanzar una fuerte ofensiva pública en la zona, y en estos momentos se está elaborando un estudio en toda la ciudad sobre las situaciones de explotación sexual infantil.

¿Alcanzará? "No, claro que no, pero será mucho más que lo que se viene haciendo", dice Sorbello. Y la verdad es que se está lejos si se piensa que en la ciudad hay apenas dos hogares dedicados al rescate de los chicos del paco y que sólo un hospital público, el Fernández, tiene cómo desintoxicar a un drogadicto en estado crítico. A apenas 40 cuadras del Obelisco, a cinco minutos de taxi, pero del lado equivocado de la ciudad. Aquí estamos, en la zona Zabaleta. Es cuestión de pararse y esperar. A la tardecita empezarán a circular los chicos y las chicas que nadie ve y que muy pocos quieren ver. La noticia es que existen igual.

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